La Carne

La Carne

La Carne en términos bíblicos y el Ego en términos psicológicos es el ente natural en nosotros que no nos permite crecer en gracia hacia la madurez Crística y nos impide tener paz en todo tipo de relaciones con todas las personas de nuestro entorno.

Pensaba la consejera “Yo le invitaba a usar las armas de nuestra milicia (Efesios 6) y cortar la onda expansiva del egoísmo respondiendo con bien al mal. Me sentía emocionada ante la idea de que muchos focos de amor se comenzaron a reproducir como el fuego. Porque así salvó Dios al mundo, y esa sería la única manera de salvar su mundo, cuando Ella venía a la consulta con una hermosa sonrisa pintada sobre su corazón partido. Sus actos, durante varios años, habían hablado con más convicción aún que mis palabras. Recibió traición y ofreció perdón; ante más desprecios, siguió devolviendo amor. Cuando él aumentaba su egoísmo, ella lo superaba en actos de bondad. Peleó con convicción admirable cada batalla usando las armas del cielo. Luchó ferozmente, de pie y de rodillas, hasta desangrarse… pero aunque no ganó, en su interior había paz. El amor no venció al egoísmo, la onda expansiva nunca lo alcanzó, y en lo material ella terminó perdiendo su matrimonio, pero no su alegría ni sus ganas de vivir y de seguir sirviendo a Dios.”

El egocentrísmo, como autoprotección, es un recurso con el que nacimos. Desde el primer instante de vida, ante la primera sensación de carencia, o de dolor, se activará salvajemente para salvarnos a cualquier precio. En este mundo tan hostil, casi parece necesario. El egocentrísmo como defensa, pasa a ser automático, natural, para protegernos del mal —real o imaginario— que nos amenaza. La Biblia lo llama naturaleza pecaminosa= La Carne. No lo elegimos, no podemos librarnos de él por nuestros propios medios, y se activará constantemente frente al mal que ocurre a nuestro alrededor, hasta que finalmente pongamos a trabajar a nuestro favor al Espíritu Santo, dejando que el fruto del Espíritu fluya hacia nuestra mente y responda concomitantemente a ese foco de mal.

Por otro lado, el amor, también inevitable en todo hijo/a de Dios nos muestra como la naturaleza espiritual coexiste con la terrenal. Afortunadamente, el amor se enciende de manera natural desde que nacemos. No lo elegimos. Amamos a quienes nos aman. Jesús mismo dijo que incluso los incrédulos lo hacen. Esta es la marca de nuestro Creador, que mantiene viva nuestra esencia y preserva al mundo de la autodestrucción. Pero el amor como reacción al mal no aparece en forma natural, sinó que debemos ejercitarnos en permitir el fluir el fruto del Espíritu Santo como respuesta.

Nuestras decisiones nunca son completamente racionales: elegimos a partir de nuestras experiencias emocionales. Por eso es tan difícil que quienes recibieron poco amor sepan amar bien. Pero gracias al amor sobrenatural que Dios derramó sobre nosotros, hoy podemos responder con amor a todo aquel que nos hace mal.

Las relaciones adultas sanas requieren que ambas partes sepan dar y recibir. Pero lo cierto es que este mundo está lleno tanto de niños emocionales como de niños espirituales; adultos que debido a sus carencias primarias, necesitan recibir amor sano antes de poder entregarlo en igual medida. Nadie puede dar lo que no ha recibido. Solo será a través del don espiritual, porque cuando tenemos una Fuente de Amor de la cual nutrirnos, podemos amar bien a quien no es capaz de retribuir ese amor.

Amar sabiamente es dar sin mirar a quien ni porque. Damos amor, esperando que el otro aprenda a expresarlo y aceptando la tontería del otro de la misma forma que Cristo nos aceptó en nuestros pecados, muriendo en la cruz por ti y por mi. Todo esto es un gran acto de bondad o benignidad hacia el otro que aún no sabe amar y que siendo dirigido por el Espíritu Santo desde lo mas profundo del alma, nos permite ceder en pro de la paz y del crecimiento espiritual.

Si de verdad amamos a alguien, vamos a aceptarle sacrificándo nuestro Ego hasta que finalmente el amor le convierta y le cambie.

La mujer de este caso creyó que había perdido, pero no. La mayor victoria del amor no es siempre ganarle al mal, sino no dejarse persuadir por él. Y ella ganó perdiendo. No se dejó vencer, será capaz de seguir amando, y su amor será cada vez más maduro. En realidad, no hay dudas de que quien perdió fue él, porque tuvo la oportunidad de conocer el amor redentor de Jesús a través de ella y lo deshechó.

 

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